Dice un antiguo amigo que la gente que más le gusta es la
de fuera y yo estoy muy de acuerdo con esta afirmación.
Esta clasificación, "de fuera", abarca sin embargo más personas de las que pueda parecer en un principio ya que no sólo nos referimos quien lo es de hecho, sino también a quien se encuentra con disposición a serlo en algún momento; por ejemplo, estudiantes de idiomas extranjeros.
Nací en una ciudad del
Camino de Santiago, un paso obligado para casi cualquier sitio, un cruce de caminos. Desde la niñez he oído que esta circunstancia hizo de la ciudad lo que es, que empujó su crecimiento y que, por la mezcla de tan diferentes gentes que allí confluyeron, se desarrolló una rica cultura. De alguna manera la forma en la que se suele relatar la Historia parece dar continuidad a un hecho que fue, a mi parecer,
puntual; parece que se habla de una tierra que acoge bien al extraño, sin miramientos, y que busca el intercambio y sin embargo los pocos ejemplos que he visto de esta síntesis cultural se encuetran en los maravillosos ejemplos de
arquitectura gótica existentes en el
burgo. Fuera del medievo y decayendo el contacto comercial con Flandes se acabó la mínima confraternización en esa tierra
contrarreformista, que se encargó de echar a patadas a cualquier otra religión de la península o tierra conquistada.
En mi infancia y adolescencia no reconozco haber asistido a mezcla cultural alguna; los extranjeros que conocí, ya pasados tres lustros, fueron anecdóticos y su repercusión en la cultura de la ciudad, prácticamente nula. De hecho siempre encontré ejemplos de las dificultades de los propios nativos para establecer relaciones fuera de su círculo más cercano. Es muy difícil penetrar esa coraza pero una vez dentro la relación puede ser muy duradera y de confianza, lo que no implica necesariamente que haya una gran cercanía personal. La forma en la que un castellano, por ejemplo, se comporta con un forastero peregrino compostelano no tiene absolutamente nada que ver con la forma en que tratará a la misma persona percibiéndola como inmigrante. No son imaginaciones, es mi dia a dia familiar. No hablo de desconocidos, hablo de mis paisanos con nombres y apellidos si fuere el caso.
La vida ha cambiado mucho en estos últimos diez años y ahora mismo hay millares de extranjeros llegados de todas partes en esa misma ciudad. Vivimos cerca, nos tratamos pero... ¿cuánto influimos cada uno en la forma de vida de los otros? ¿hay realmente un enriquecimiento cultural o símplemente más variedad de comida en los supermercados?
Yo no he apreciado, en los ambientes que vivía, caras nuevas o acciones diferentes, quitando la incorporación de las Caipirinhas al alcoholismo tradicional. Tampoco sé qué debería haber, pero desde luego esperaba algún signo distintivo, alguna señal.
En cambio sí he sentido durezas, hinchazones, reacciones del tipo "pero ¿por qué lo que venga de fuera tiene que ser mejor?" y "claro, allí atan a los perros con longanizas" que no diferencian conocer y aceptar lo diferente de sustituir lo propio por otra cosa. Éste tipo de reacciones sólo las he encontrado en quién nunca salió de su casa o, en casos puntuales, quien salió con ideas preconcebidas y echando pestes sobre el lugar de destino sin conocerlo en persona. Ah, y no hablo de turistas, $deity me libre.
Quien haya vivido en un lugar diferente (no únicamente distante) de donde se crió sabe lo que es sentirse
de fuera. Quien ha vivido en un sitio donde la mayor parte de la gente no tiene raíces claras ahí mismo sabe lo acogedor que puede llegar a ser ese lugar. Es en estos puntos donde sí hay intercambio, donde se escucha y se aprende más. También son lugares donde al mismo tiempo se ignora a los demás porque sus peculiaridades no suponen diferencia alguna. Tal vez por ese motivo tanta gente se siente a gusto, pese a todo, en ciudades como
Madriz o Londres y países como Brasil e incluso Estados Unidos. Tal vez por eso cada día me cuesta más saber de dónde soy, porque siendo de fuera eres de allí, de toda la vida.